La Unión Europea podría multiplicar por 10 sus techos solares

El potencial fotovoltaico que tienen los países del Viejo Continente podría ser la solución a la dependencia actual de los combustibles fósiles importados.
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La transición energética europea atraviesa un momento decisivo. En medio de una crisis geopolítica prolongada, precios elevados de la electricidad y una competencia global que avanza con rapidez, la posibilidad de impulsar una expansión masiva de la energía solar distribuida se convirtió en un punto estratégico y clave a seguir.

No se trata solo de sumar paneles solares, sino de transformar la manera en que se produce la electricidad, quién la controla y cómo se paga. La instalación de sistemas fotovoltaicos en techos privados, edificios públicos e infraestructuras ya existentes podría modificar la matriz energética sin recurrir a grandes obras, sin afectar suelos agrícolas ni ecosistemas y sin reproducir la dependencia histórica del gas, el carbón o el petróleo importado, según especialistas europeos en temas energéticos.

Un informe reciente de Schneider Electric estimó que los techos de las casas, instituciones y empresas de la Unión Europea poseen un potencial superior a los 1000 gigavatios de capacidad solar. Esa cifra supera casi diez veces la potencia instalada actualmente en toda la región.

El dato coloca en perspectiva una oportunidad inusual: la electricidad que se produce cerca de donde se consume reduce pérdidas, fortalece redes locales y permite a los usuarios ejercer mayor control sobre sus costos. El informe también subraya que la electrificación tendría un impacto económico directo. Según su análisis, la transición hacia usos eléctricos más extensos permitiría un ahorro de alrededor de 250.000 millones de euros al año, una cifra que recae en hogares, industrias y comercios europeos. El cambio no solo apunta a reducir emisiones, sino también a aliviar el peso de las facturas energéticas que afectan de manera amplia a la población.

Actualmente, el costo de la energía residencial en la Unión Europea se ubica alrededor de 0,27 euros por kilovatio hora, mientras que en Estados Unidos se aproxima a 0,15 euros y en China a 0,08 euros.

Esto implica que las actividades cotidianas de las familias europeas presentan un costo hasta tres veces mayor respecto de los hogares chinos. La razón no se limita a impuestos o factores climáticos: Europa continúa dependiendo en gran medida de combustibles fósiles importados. Aunque los países del bloque avanzaron en la reducción de emisiones durante los últimos años y lograron un descenso considerable respecto de los niveles de 1990, la transición no impactó aún de modo profundo en la estructura del consumo energético. La tasa de electrificación se mantiene cerca del 21%, cifra que no cambió de forma significativa durante una década y que se distancia de países como China, donde este proceso avanzó más rápido.

En ese contexto, la propuesta de acelerar el despliegue de paneles solares en techos adquiere un sentido estratégico. Cuanto más se acerque la producción al punto de consumo, menor será la necesidad de importar combustibles o transportar energía a través de redes extensas. Este modelo, conocido como autoconsumo energético, ya muestra beneficios concretos.

Schneider Electric elaboró estudios sobre combinaciones que integran paneles solares, sistemas de almacenamiento y control digital. Los resultados indican que los usuarios pueden obtener ahorros que oscilan entre el 15% y el 80% en función del tipo de instalación y del consumo. En contextos residenciales y comerciales, especialmente en edificaciones horizontales o con techos amplios, los ahorros tienden a ubicarse en los rangos más altos.

Un potencial que supera los objetivos climáticos actuales

El interés creciente por la energía solar no surge únicamente de las proyecciones del sector privado. La propia Estrategia de Energía Solar de la Unión Europea fijó metas ambiciosas: alcanzar 385 gigavatios para 2025 y 720 gigavatios para 2030. Sin embargo, el potencial calculado para aplicaciones en tejados, embalses y corredores viales supera ampliamente esas metas.

Un estudio del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea estimó una capacidad técnica total de 1120 gigavatios, equivalente a casi la mitad del consumo eléctrico registrado en 2022. Es decir, solo con sistemas fotovoltaicos distribuidos la Unión podría cubrir el 48% de sus necesidades eléctricas actuales.

Dentro de las aplicaciones consideradas, la instalación de paneles solares en techos representa la contribución más relevante, con aproximadamente 560 gigavatios posibles. Le siguen los sistemas fotovoltaicos en carreteras y vías férreas, que permiten utilizar superficies ya intervenidas y evitar conflictos por el uso de la tierra. Los paneles flotantes en embalses hidroeléctricos suman otra porción considerable, al aprovechar espejos de agua existentes y reducir la evaporación. Estas opciones comparten una característica clave: generan electricidad sin desplazar agricultura, bosques ni hábitats naturales, lo que reduce tensiones entre desarrollo energético y conservación ambiental.

Además, la instalación descentralizada fortalece la resistencia de la red frente a cortes o crisis externas. Cuando la electricidad se produce cerca del consumo, las interrupciones afectan zonas más pequeñas y resultan más fáciles de resolver. Estas características adquieren especial relevancia en un escenario global marcado por tensiones geopolíticas, guerra en territorio europeo y una volatilidad creciente en el mercado de gas natural.

Consecuencias económicas, sociales y ecológicas

La expansión de la energía solar distribuida también plantea desafíos políticos y estructurales. Uno de ellos consiste en cerrar la brecha de costos entre electricidad y gas natural. Durante décadas, los combustibles fósiles recibieron subsidios o incentivos fiscales que no se aplicaron de igual manera a las tecnologías limpias. El informe recomienda eliminar gradualmente esas subvenciones y reformar los esquemas de impuestos energéticos para favorecer alternativas de baja emisión. Otra recomendación señala que resulta necesario facilitar el acceso a la financiación, especialmente para pequeñas y medianas empresas, y destinar fondos provenientes del comercio de emisiones a proyectos de electrificación.

El despliegue de techos solares también tiene implicancias urbanas y climáticas. La energía solar distribuida evita la expansión de infraestructuras en zonas rurales, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero y limita la necesidad de abrir nuevas minas o rutas comerciales de combustibles. Al mismo tiempo, los paneles instalados en ciudades ayudan a moderar la temperatura de los edificios y atenúan el denominado efecto de isla de calor, una condición que se vuelve más frecuente en centros urbanos durante olas de calor. Cada kilovatio generado localmente evita emisiones y reduce la presión sobre la red eléctrica. La suma de miles de sistemas distribuidos puede producir un efecto acumulativo de gran escala.

En términos sociales, la adopción de techos solares tiene potencial para transformar la relación ciudadana con la energía. Pasaría de una condición de dependencia absoluta a una forma de participación activa, donde hogares y empresas controlan una parte de su generación. En varias ciudades europeas, cooperativas energéticas y asociaciones vecinales ya impulsan modelos comunitarios en los que la producción y el consumo se organizan de forma compartida. Este tipo de experiencias demuestra que la transición no solo depende de tecnología, sino también de acuerdos colectivos, decisiones políticas y voluntad de cambio.

La Unión Europea enfrenta así una oportunidad y un dilema. La oportunidad consiste en desplegar un sistema energético más seguro, menos contaminante y más accesible. El dilema surge de la velocidad con la que se debe avanzar. Mientras Europa debate, otros países ya expandieron su electrificación y desarrollaron industrias competitivas en torno a tecnologías limpias.

La próxima década definirá qué regiones liderarán la economía energética del siglo XXI. La apuesta por los techos solares, el autoconsumo y la electrificación no representa únicamente una cuestión ambiental. Configura una estrategia económica, social y geopolítica que podría determinar la autonomía del continente durante los próximos años.

Informe Schneider Electric: https://www.se.com/ww/en/insights/sustainability/sustainability-research-institute/supercharging-electrification-europe-energy-security-competitiveness/

Estudio del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea: www.epj-pv.org/articles/epjpv/full_html/2024/01/pv230071/pv230071.html

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