Brasil montó en Belém una cumbre global pensada como vitrina de su ambición en materia climática. Sin embargo, la COP30 dejó una lista corta de resultados y una larga fila de reclamos. El país anfitrión quedó rodeado por un clima de decepción internacional, aunque puertas adentro celebró la aceleración de su propia revolución solar.
Con 62 gigavatios de potencia fotovoltaica en operación, el país escaló posiciones en el mapa global de energías limpias y fortaleció un sistema que ya desplaza millones de toneladas de dióxido de carbono.
Mientras la conferencia terminó con un acuerdo incapaz de mostrar una hoja de ruta para dejar atrás el petróleo, el carbón y el gas, la curva solar brasileña subió con decisión y mostró que parte de la transición energética avanza más allá de las salas de negociación. De un lado, diplomacia con resultados tibios. Del otro, un país que logra un salto estructural en su matriz eléctrica.
La nueva matriz brasileña
Brasil alcanzó 62 GW de capacidad solar fotovoltaica instalada y operativa, según informó la Asociación Brasileña de Energía Solar Fotovoltaica (Absolar). Este número funcionó como un faro tecnológico dentro de una COP sin definiciones duras.
Desde 2012, los proyectos solares movilizaron en Brasil inversiones por 279.700 millones de reales (52.600 millones de dólares) y fortalecieron una cadena industrial capaz de generar 1,8 millones de empleos verdes. La recaudación fiscal asociada superó los 87.300 millones de reales, lo que vuelve visible un beneficio económico directo y sostenido.
Dentro de esa potencia total, 43 GW corresponden a sistemas instalados en residencias, comercios, industrias y propiedades rurales. Los 19 GW restantes pertenecen a grandes plantas solares distribuidas en distintas regiones del país. La expansión evitó la emisión de cerca de 91 millones de toneladas de CO2. A escala de matriz, la energía solar llegó a representar una cuarta parte de toda la capacidad eléctrica instalada del país y se consolidó como la segunda mayor fuente en el mix nacional.
El crecimiento llegó acompañado por advertencias del sector privado. Absolar señaló una serie de riesgos dentro de la reforma eléctrica que podría entrar en vigor mediante el Proyecto de Ley de Conversión nº 10/2025. La entidad pidió vetos a artículos que asignan costos únicamente a los generadores renovables y que condicionan incentivos a la instalación obligatoria de baterías, lo que generaría un trato desigual entre fuentes. El director ejecutivo de Absolar, Rodrigo Sauaia, sostuvo que “sin estas correcciones, Brasil dará una señal de retroceso en la transición energética y alejará inversiones y empleos verdes”.
Sin embargo, incluso con ese escenario regulatorio en disputa, el país avanzó con resultados concretos. La energía solar brasileña se volvió una infraestructura robusta que ya acompaña hogares, industrias y grandes parques del Nordeste con cifras capaces de influir en la economía nacional.
Brasil entró en la COP30 con un mensaje que no necesitó discursos: la transición energética avanza internamente a velocidades distintas y la de su sector solar corre con viento a favor.
Expectativas altas y resultados mínimos
La otra mitad de la historia se escribió en los pabellones de la COP30 en Belém, en la Amazonia. Tras dos semanas de negociaciones, la conferencia cerró con un acuerdo visto como insuficiente por buena parte de los países más vulnerables. El ministro de Sierra Leona lo resumió con una frase que se repitió en pasillos y conferencias de prensa: “Esto es un mínimo, no un máximo”.
Los países acordaron triplicar la financiación global para adaptación, pero recién a partir de 2035 y sin definir un año base que permita calcular con precisión cuánto dinero se movilizará realmente. La diferencia entre “pedir esfuerzos para” y “decidir” dejó al paquete financiero más cerca de una aspiración diplomática que de un compromiso verificable.
El documento tampoco incluyó una hoja de ruta para abandonar los combustibles fósiles. Ante ese vacío, la presidencia brasileña anunció que elaborará un plan por su cuenta, aunque será voluntario y sin peso legal dentro de la Convención. El contraste quedó expuesto: petróleo, carbón y gas siguen sin un calendario de retiro, pese a que representan casi el 90 % de las emisiones globales de CO₂, como recordó el propio documento final.
La falta de definiciones provocó malestar. Jasper Inventor, exnegociador filipino y hoy parte de Greenpeace Internacional, lo sintetizó así: “Empezamos con fuerza, pero terminamos con un suspiro de decepción”. Otros actores valoraron, al menos, el avance en la Meta Global de Adaptación prevista en el Acuerdo de París, aunque ese capítulo también terminó atravesado por fuertes disputas.
Durante dos años, 78 expertos trabajaron para diseñar un conjunto de indicadores que guiaría la adaptación climática global. El proceso inicial produjo un listado de 9529 indicadores. En Belém, la propuesta debía reducirse a menos de 100. El texto final quedó con 59, lo que generó rechazo en distintos grupos de negociación. Jiwoh Abdulai expresó que la lista aprobada “no es la elaborada por los expertos, ni una lista que refleje nuestra historia”. Uruguay, Argentina, Ecuador y Paraguay también objetaron el resultado, mientras que la Unión Europea sostuvo que la lista “los hace inoperantes”. Pese a las críticas, no se reabrió el debate y el texto quedó adoptado tal como estaba.
La tensión reflejó un punto más profundo: los países que sienten el impacto inmediato del cambio climático pidieron métricas más robustas, mientras que otros insistieron en un enfoque menos rígido. La decisión generó tanto malestar que habrá discusiones específicas en Bonn en 2026, aunque el documento adoptado ya no podrá modificarse formalmente.
A lo largo de la COP30, los delegados convivieron con lluvias intensas, humedad extrema y cortes temporales en la movilidad dentro de Belém. La ciudad amazónica había sido elegida para mostrar en carne propia lo que está en juego, pero el resultado final mostró que la experiencia no era suficiente para impulsar decisiones más firmes.
El financiamiento para adaptación quedó lejos de lo que pedían los países vulnerables. El año objetivo se movió a 2035, un lustro más tarde de lo que sostenían documentos previos y de lo que el propio secretario general de la ONU defendió como “posible y deseable”. Con ese corrimiento, el puente entre la urgencia climática y la diplomacia internacional volvió a mostrar sus grietas estructurales.
El otro gran pendiente fue el plan global para eliminar combustibles fósiles. El Acuerdo de París no mencionó explícitamente al carbón, petróleo y gas. La COP28, en Dubái, incluyó un llamado a “hacer una transición que deje atrás a los combustibles fósiles”. La COP30 no logró sostener ese avance y dejó la responsabilidad en manos de los países que decidan sumarse a la hoja de ruta voluntaria que Brasil redactará fuera del proceso oficial.
En ese documento adicional, Brasil adelantó que centrará su plan en los desafíos fiscales, económicos y sociales de la transición energética, con el objetivo de impulsar opciones de cero y bajas emisiones de carbono. Pero, al no tratarse de un texto negociado entre países, su influencia en la arquitectura climática global será necesariamente limitada.
La COP30 cerró como un ejercicio de realismo: una cumbre mundial con decisiones mínimas frente a un problema que se acelera, contrastada con un país anfitrión que sí exhibió avances concretos en su propia transición. Mientras las negociaciones quedaron trabadas en detalles técnicos, Brasil expandió un mapa solar que ya ilumina millones de hogares y que se consolidó como la segunda fuente de su matriz energética.
El contraste dejó una escena clara. Donde la diplomacia se trabó, la infraestructura avanzó. Donde el mundo pidió ambición, Brasil mostró datos. Y donde la COP30 cerró sin un plan para dejar atrás los combustibles fósiles, el país anfitrión celebró 62 GW solares que ya funcionan y transforman su matriz energética. En un planeta que necesita velocidad, tecnología y acuerdos, Brasil aportó al menos una de esas tres piezas. El resto quedó para discusiones futuras.